Henry Miller y Brenda Venus |
Ignorado e
incomprendido durante la mayor parte de su carrera literaria, Henry Miller es
sin duda el escritor norteamericano más controvertido del siglo XX. Revolucionó
las reglas de la literatura y desafió los valores morales de su época. Sus
compatriotas biempensantes le tacharon de obseso sexual, le acusaron de utilizar
un lenguaje vulgar y le llevaron al ostracismo. Como respuesta, el autor de
obras de culto como Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio decidió
exiliarse a Francia.
Fue en París, en
el ocaso de su vida, tras su fracasado matrimonio con la pianista japonesa Hoki,
donde encontró a una mujer formidable, Brenda Venus, entonces actriz y
bailarina, joven y bella, que le acompañó hasta la muerte. Venus conoció a
Henry Miller por casualidad, al encontrar, dentro de un libro conseguido en una
subasta, una carta privada del escritor a una mujer. La joven actriz devolvió
la carta al escritor acompañada de varias fotografías suyas.
Henry, que tenía
84 años, y Brenda nunca llegaron a tener relaciones sexuales, probablemente el
viejo escritor era ya impotente, y desataron sus pasiones a través de cartas
cargadas de erotismo. El prolífico Henry Miller le escribió mil quinientas
cartas, que suman unas cuatro mil páginas, entre el 9 de junio de 1976 y el 29
de septiembre de 1980.
Quinta carta a Brenda Venus
La escena que me viene a la mente se repite
con frecuencia. Estoy en tu casa mirando tus cuadros. Inmediatamente me ofreces
algo de beber. La bebida se nos sube a la cabeza. Vistes una camisa muy fina y
transparente. Por encima del ombligo no llevas absolutamente nada. Tus pechos
son espléndidos. Tienes el aire de una bailarina. (Como un Degas) Tus piernas
son fuertes y hermosas.
Ilustración para las cartas de Henry Miller a Brenda Venus. M. Félix |
De repente me lanzo sobre ti y te arranco la
camisa. El pelo negro y copioso de tu sexo me pone de inmediato tenso. Hundo tu
mano entre tus muslos y advierto que ya estás húmeda. Pareces muy excitada,
dispuesta a hacer lo que sea. No me sorprende. Te conozco desde hace siglos,
quiero decir de anteriores encarnaciones. Hemos sido amantes muchas veces. En
ocasiones eras prostituta del templo, en la India, en Egipto y en otros países.
Siempre eras una mujer para el placer, pero siempre religiosa. Tu religión era
siempre el “sexo”, como los actuales practicantes del Tantra. Enseñas a los
jóvenes, hombres y mujeres. Para ti es una cuestión artística. Por eso parece
ahora que fueras una experta. Sin el menor rubor te acaricias suavemente
el coño con la mano derecha.
Entonces…con dos dedos de cada mano abres la
hendidura entre tus piernas y me muestras los pequeños labios que tiemblan como
un pajarillo. El jugo fluye abundante; tus muslos centellean. Sin decir una
palabra pones la mano en mi pantalón y empuñas mi pene (el tronco, si lo
prefieres). Tus manos tan fuertes, pero delicadas, juegan con él como si fuese
un instrumento musical. Estás sofocada e irresistible. Quiero “jugar”
inmediatamente, sobre todo cuando pones tu lengua en mi boca. Después tu boca
empieza a lamer suavemente mi sexo. Es difícil permanecer en pie.
Afortunadamente está cerca el sofá. Caemos sobre él juntos, boca sobre boca,
miembro contra coño. Pero todavía no te he penetrado. ¡Qué caliente estás! Me
llenas de besos. Deseo besarte. Estás entregada. Me agarras el pene y te lo
pones entre las piernas. Entra suavemente, lentamente incluso. Tu órgano esta
deliciosamente formado. Es angosto y profundo. Me retienes como lo haría un
dedo. Naturalmente no puedo aguantarme más. Me voy al igual que tú al mismo
tiempo. Permanecemos así durante algunos instantes, entrelazados como
serpientes. Trato de librarme pero tú no me lo permites. Me sujetas con tu
poderosa musculatura. Al cabo de un rato advierto movimientos en tu interior.
Poco a poco empiezo a hincharme. Ahora alzas las piernas y las colocas sobre
mis hombros. Estás totalmente abierta y mojada. No cesas de acabar. Tus ojos se
dirigen hacia el techo. Me pides que continúe, que no me detenga. Me dices, ¡fóllame,
Henry, fóllame! Métela hasta la manija. ¡Estoy tan caliente! Es la primera vez
que utilizas ese lenguaje conmigo. Oírte me vuelve loco. Dios, dame fuerzas,
déjame poder, me digo a mi mismo, y te besaré eternamente. No olvides que te
estoy contando una fantasía. No entiendo de dónde salen las fuerzas para darte
tan prolongado placer.
Eres insaciable. Haces toda suerte de
movimientos y, en ocasiones, gestos que resultan absolutamente delirantes y
obscenos. Has perdido la cabeza. Eres sexo y nada más que sexo. Sabiendo que
podrías matarme te apartas de mí para que pueda recobrar el aliento. Pero no
cesas de acariciarme, especialmente con la lengua. Y tu cuerpo sigue ondulando sobre
mí. ¡Me besas como una posesa! ¿Y después qué? ¿Qué posición? Soy yo el que te
propone que hagamos el amor como los perros......
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